[1]Cesáreo Fermín Lozano, “Cesarito” como le decía su familia o, “Fermín Galeno” como firmaba sus escritos, fue el médico del pueblo durante más de 40 años.
Nacido en la vecina localidad de French, llegó a La Niña el 16 de junio de 1932, con poco más de veinte años, recién recibido. Así lo cuenta en sus anotaciones (manuscritas).
En el pueblo no había médico y él, necesitaba trabajar. Se inició entonces una relación entre el facultativo y un pueblo que lo amó y lo venera más allá de su muerte.
Gracioso, sencillo, sobre todo DESINTERESADO. Solía decirle a algún paciente, cuando preguntaba temeroso cuánto le debía, «¿qué te voy a cobrar? dame una gallina, o una docena de huevos». Y así se concretaban el servicio y la paga.
Su esposa Juanita, sus hijos Nora y Pichón, lo acompañaron durante varios años. Nora, que vive en Capital, aprendió a escribir con el padre (“me enseñó sin proponérselo”, recuerda) y luego, con el maestro particular Arias. En la Escuela N° 18 de La Niña donde su maestro fue “el señor” Colotta . El resto del nivel, y hasta tercer año de secundaria, los hizo en 9 de Julio. Luego debió trasladarse a Capital donde se recibió de maestra.
Pichón hizo los primeros años en La Niña, ingresó más tarde como pupilo en un colegio marianista de Luján. Se recibió de médico en la Capital Federal y ejerció allí la profesión de su padre hasta que una enfermedad incurable le arrebató la vida siendo muy joven.
Cuando los hijos ya no estuvieron en La Niña, Juanita se repartió entre Buenos Aires y el pueblito donde su marido continuaba ejerciendo la profesión con el ahínco de siempre.
Honesto a carta cabal, nunca se lo vio hacer alardes de riqueza; su fortuna eran el talento y la entrega cotidiana. Quienes lo conocieron saben de su “ojo clínico”. En una época, y un lugar, donde no se contaba con aparatología alguna, él diagnosticaba valiéndose de sus manos, la mirada o el interrogatorio. Y eran temibles sus sentencias ya que siempre se cumplieron.
Era cotidiano, más aún en los últimos años, verlo desplazarse por el pueblo en su viejo auto, siempre acompañado del fiel “Batuque”, su perro. Recorría las calles, se detenía en alguna casa pero siempre recalaba en el “Bar Diagonal”, donde se enfrascaba en largas charlas con su entrañable amigo Mario Defunchio (dueño del bar) y los parroquianos de turno.
De palabra fácil, amante del fútbol, político de alma (fue diputado nacional), poeta por antonomasia (le escribió al pueblo, a su tarea y, hasta su propia muerte).
Trabajó por las instituciones mientras desarrollaba su trabajo, sobre todo por la Capilla Virgen Niña. Falleció en 1978 en Capital. Años más tarde sus restos fueron trasladados al cementerio de La Niña.
Su figura un poco desgarbada, con el cigarrillo a medio consumir entre sus labios y la ceniza cayéndole sobre la solapa, encarnó una imagen imposible de olvidar.
La biblioteca de la Escuela N° 18 lleva su nombre. En la Plaza hay un monumento a su memoria diseñado por Roberto galiano. El Centro Tradicionalista que dirige Antonio Rocca también lleva su nombre. Fue una persona que no pasó por la vida sino que trazó una huella.
El pueblo le rindió un homenaje en dos oportunidades:
Cuando cumplió la Bodas de Plata, en el año 1957. El mismo se realizó en la cancha de basquet del Club Atlético.
Y luego, en el año 1971, en las instalaciones del Club Atlético, con motivo su alejamiento definitivo de la profesión.
Como se sabe, el Dr. Lozano ocupó una banca de Diputado. Aquí se lo ve junto al Gobernador…. y sus guardaespaldas.
*Felipe Artola: no hay datos sobre él todavía pero se lo recuerda como a un personaje de la política. Conservador de pura cepa, fue uno de los caudillos de esa causa. En tiempos donde la ley era la voluntad de los hombres las elecciones eran motivo de confrontaciones y escaramuzas.
*Dr. Héctor Mario Leal: nacido en Buenos Aires y egresado de la U.B.A, arribó a La Niña con tan sólo 27 años y un montón de sueños; seguramente, algunos se habrán concretado y otros no. allí se quedó durante 40 años ejerciendo su profesión, participando de algunos quehaceres pueblerinos y también ocupando el cargo de Delegado Municipal durante un tiempo.
Se casó con Marcela María Teresa Ferreti, quien fue su compañera inseparable y aún lo es.
Durante los primeros tiempos compartió su labor con el Dr. cesáreo Lozano. Con él mantuvo charlas sobre la realidad del lugar y sobre su historia.
Se desplazó en su viejo auto en los comienzos y, como todos los que luchan y se esfuerzan, con el tiempo fue progresando y construyó su casa. Ello implicaba asentarse en un pueblo rural donde la vida es dura y los recursos pocos.
Vivió momentos de gloria y muchos de los otros. las inundaciones lo sorprendieron allí, en medio del agua, la angustia de los pobladores, las emergencias que debió solucionar «como puso». Atendió su consultorio particular pero también la unidad sanitaria donde se hacía de todo: consultas, partos imprevistos, pequeñas cirugías, etc.
Se jubiló en el año 2005 pero continúa ejerciendo en la ciudad de 9 de julio.
*Roberto Galiano: pintor y poeta.
La imagen del fondo estaba pintada por él sobre la pared de un lugar que funcionó durante años una confitería.
Roberto llegó a La Niña desde el pueblo de América (o Rivadavia). Un bohemio más. Solía contar que, en su vida, había hecho «de todo»; hasta de linyera.
Sin embargo, había algo en él que lo destacó: su talento como pintor. Trabajaba en el campo pero siempre tenía un tiempo para armar un caballete y plasmar una vivencia.
Formó su familia casándose con Lidia Luna y de esa unión nacieron Norma y Oscar.
No era arquitecto pero fue quien diseñara el monumento al Dr. Lozano.
La veta artística abordó también la poesía y le escribió al pueblo que lo cobijó, lamentándose muchas veces, de las pérdidas que este sufriera. En la letra de la milonga que escribiera y a la que puso música su hermano Pirucho (excelente músico y cantor) dice, refiriéndose al levantamiento del ferrocarril y los perjuicios que ocasionara:
Ya no se oye resoplar la vieja locomotora
que pasara en otras horas por la estación de La Niña.
La Plaza de Juegos infantiles lleva su nombre.
Trinidad Molinuevo de Arruiz ( Trini ):
Nació el 28 de abril de 1910. Se casó, el 12 de noviembre de 1927, con Ricardo Arruiz (español), empleado rural y luego comerciante. Con él tuvo tres hijos.
Doña “Trini” fue un verdadero personaje pueblerino. Todo en ella resultaba llamativo; desde su locuacidad, con un lenguaje “españolizado”, aunque no extranjera, su decir directo y muchas veces no muy agradable a los oídos de alguien puesto en evidencia por su mente rápida y sus palabras filosas (nunca malintencionadas sino absoluta y definitivamente sinceras), su figura pequeña y regordeta, el “delantal” sobre la ropa (sin mangas), y su oficio tan especial: “partera”. Ella fue la responsable de suplir a doña Sebastiana Perriello, quien lo desempeñara muchos años antes.
El caso es que Trinidad trajo al mundo a muchos de los andan por ahí (y también muchos de los que ya no andan).
Lo hacía en su casa, en la esquina de la plaza, donde disponía de una habitación y un baño; allí “internaba” a las parturientas. Ella misma se ocupaba de suministrarles el servicio de limpieza, higiene personal y alimentación.
Además, ejercía esa práctica ayudando al Dr. Lozano, del que fuera asistente durante aproximadamente 40 años. También se ocupaba de recorrer el pueblo oficiando de enfermera.
Cuando llegó el doctor Leal también lo acompañó. Hacían partos a domicilio y, en la Unidad Sanitaria, pedía un banquito para subirse y poder trabajar ya que su poca estatura se lo dificultaba.
¿Qué secretos podía tener la gente de La Niña que Trini no conociera? Eso hacía que, a sus muchos atributos, se le sumaba cierto respetuoso temor (no fuera que se le diera por contar algo).
Se despidió de la vida a los 90 años, en el lugar donde inaugurara la vida de tantos niñenses: su casa.
Muchos aún la recuerdan con cariño y son tantas las anécdotas que siempre hablar de ella arranca una sonrisa.
En esta foto se la ve joven, junto a su madre, doña María Dieste de Molinuevo, una española muy alegre siempre llevando sus trenzas recogidas sobre la cabeza. De ella tomó Trini el acento español con el que se expresaba.
Jorge Omar Reser («El Poli»)
Acaba de cumplir 56 años. Cada cumpleaños es un festejo colectivo ya que él se encarga de contarlo por todas partes.
Nació en La Niña y allí vive. Recorrió las calles haciendo «mandados» a cambio «de algo». Lo que más lo gratificó (seguramente) es el cariño de la gente. Todos, los que lo conocen de siempre y los llegan, aman su figura curiosa, elacento particular al hablar y sus ocurrencias.
Conoce a cada habitante y, aún más, recuerda a muchos que se fueron de pequeños y pregunta por ellos cada vez que se enfrenta con algún familiar o amigo. Evidentemente, lo que más registra en el afecto y el apego a ese lugar. A veces le cuesta entender que muchos se han ido.
Amante de la música, dejó oir su voz por las calles tarareando o cantando canciones. En el club, en todo festejo, siempre se ubica al lado del grupo que ejecuta música y, a veces, simula tener en sus manos un micrófono y acompaña las melodías mientras baila al compás.
Hace años que cuida con cariño y esmero a su madre ciega, lo cual lo convierte en ejemplo digno de destacar.
Todos lo quieren y él, quiere a todos. Así el «coloradito» de La Niña , el Poli» como siempre se lo ha llamado.
*Xisto Quiñones
Ya no existe pero fue un verdadero «personaje». Falleció a los casi 120 años según los cálculos realizados por la gente del lugar. Sólo tenía una Libreta que le dieron en 1876 para que votara. Allí se lo veía (en la foto) como un hombre mayor. Nació en Tandil. Vivió en Bragado y en 25 de Mayo.
Solía contar que huyó de un malón escondiéndose en una vizcachera.
Recordaba que hacía poco que había caído Rosas y que él conoció gauchos con distintivos federales, andando a campo traviesa o en las pulperías, donde «carajeaban» a Urquiza.Uniendo estos datos se hicieron los cálculos de su edad.
Analfabeto, célibe y huraño. Trabajó siempre como peón de campo o vivió en las estancias, aún sin sueldo; se conformaba con mate, galleta, carne de potro, liebre, peludo y hachuras. Y por supuesto, un traguito de vino.
Nunca estuvo enfermo hasta que le atacó el reuma. Tenía una dentadura que, aunque no estaba completa, le permitía masticar casi normalmente. Los últimos años perdió la memoria y el sentido de la orientación. Al decir del doctor Lozano, se había convertido en «una armazón óseo cubierto de piel seca, rugosa y apergaminada». Vivía con su hermana de edad más desconocida aún.
El pueblo entero lo acompañó a su última morada. Único viaje que realizó en automóvil.
*Mariana (Nena) Errecarret: fue una mujer vital y comprometida. Madre de 5 hijos. Supo conciliar su vida personal con el servicio a la comunidad.
Participó de todas (o casi todas) las comisiones de la localidad. El Jardín de Infantes fue su sueño y su empresa. La Escuela Secundaria todo un desafío. Y así con el resto de las instituciones donde dejó el recuerdo de su lucha incansable. Siempre positiva, nada la arredraba, todo se podía. Así lo entendió y así lo hizo.
[4]*Américo Perriello: fue una persona destacada dentro de la comunidad de La Niña. Casado con Haydee Gonzalez, hija de Anacleto, tuvieron dos hijas: Edith y Alicia.
Hombre culto y formal, amable en demasía. Hijo de doña Sebastiana, que ofició de partera como sucesora de la señora de Guadañón.
Con su hermano Pío, tuvieron un molino harinero donde hoy está la Sala Velatoria. Luego instalaron una casa de remates feria.
Participaba de toda inquietud que tuviese que ver con instituciones locales o proyectos socio culturales.
Meticuloso en las tareas que realizaba, era de destacar la prolijidad con que redactaba las Actas de reuniones donde oficiaba de secretario. Lo mismo se apreciaba en su aspecto personal: pulcro y sobrio.
Se acercó siempre a toda persona que tuviese una necesidad para asistirla en la medida de sus posibilidades.
Su familia facilitó el lugar donde la Virgen Niña se alojó al llegar a la comunidad hasta que se construyera la Capilla, donde permanece desde entonces.
No sabemos si fue un “personaje”, pero sí que dejó un recuerdo y ejemplo a quienes lo conocieron y compartieron con él parte de la historia de Las Niña.
*Juan Lucero: nació y vivió en La Niña. Hijo mayor de don Casimiro y doña Genoveva, oriundos de la ciudad de 9 de Julio, se afincaron en La Niña cuando se casaron (alrededor de 1912) donde Casimiro se dedicó a tareas rurales. Tuvieron cuatro hijos:Juan, Rosa, Daniel y Roberto. Sólo el primero permaneció en el lugar. Los demás partieron cuando formaron sus familias.
Se casó con Inés Verna, que había nacido en el campo de sus padres, cerca de La Niña. Siempre vivieron en el pueblito y allí criaron a sus hijos: Delia (Negra), Alfredo y Nestor. Cuando estos partieron y, siendo aproximadamente el año 1982, se trasladaron primero a French y luego a 9 de Julio hasta el fin de sus días.
Juan Lucero se destacó por varias cosas: era el relojero del pueblo pero, no sólo arreglaba relojes sino todo lo que necesitara compostura.
Su obra ejemplar fue manejar la vieja ambulancia durante 28 años. ¡Y sin cobrar sueldo!
Hay gestos de amor que deben destacarse. Así lo hizo el Diario «El 9 de Julio. Ver NOTA [5] haciendo clic en el vínculo.
[6]Don Juan Lucero con su esposa Inés y sus tres hijos: Delia (Negra), Alfredo y Nestor.
Sus padres: Casimiro Lucero y Genoveva Russo Don Juan Lucero y su esposa Inés Verna